Estaba dispuesto a ver un partido de la Champions League y encendí el televisor. Pasé los canales y me dí cuenta que el Congreso estaba realizando finalmente el debate al ex-presidente (y actual senador) Alvaro Uribe por sus supuestos nexos con el paramilitarismo, citado por el senador Iván Cepeda. Infortunadamente no pude ver ninguna de las intervenciones principales (Uribe ni Cepeda) pero sí pude escuchar los argumentos de algunos senadores como Robledo, Galán, Lara, Serpa, Everth Bustamente y Navarro Wolf. Fue un debate como para alquilar balcón, y como dijo un amigo: de sentarse a comer crispetas.
Pero más allá de las confrontaciones y algunos epítetos subidos de tono en varias intervenciones, el debate al ex-presidente Alvaro Uribe Vélez llega en un momento coyuntural de la historia colombiana: estamos ad portas de el fin del conflicto armado con las FARC. Sin lugar a dudas desde la conformación del presente Congreso se avizoraba un encuentro de diferentes actores políticos, con puntos de vista completamente opuestos, quienes sin lugar a dudas se enfrentarían en los debates que actualmente hemos podido observar en el Capitolio Nacional. Los nombres de Alvaro Uribe Vélez, José Obdulio Gaviria, Claudia López, Horacio Serpa, Antonio Navarro Wolf, Iván Cepeda, Carlos Antonio Galán, Jorge Robledo y Vivianne Morales, entre otros, han hecho de este Congreso algo así como una especie de "Dream Team" del debate. Es como una "Liga de las estrellas", donde los partidos han sacado sus mejores cartas para debatir y sustentar sus posturas diversas.
Lo que quiero resaltar en realidad no es sí estoy de acuerdo o no con el debate, calificado por algunos miembros del Centro Democrático como un enjuiciamiento o "encerrona política", fundamentada en la venganza y el odio. Los opositores lo califican como una necesidad de justicia, de hablar las cosas como son. Le piden a Uribe que admita que cometió errores y que los enfrente. Algo que no se dió en plenitud, ya que luego de su argumentación el ex-presidente abandonó el debate, dejando a sus colegas de bancada asumiendo la defensa.
No me interesa defender una postura o la otra. Solo traigo a colación el debate a Uribe como un pretexto para destacar algo que me llamó la atención: la gente está empezando a hablar de la paz. Por lo menos los congresistas ya lo están haciendo. Y aunque aún las discusiones tienen el sesgo temático de las elecciones pasadas, algunos elementos valiosos se pueden extraer, como perlas, de estas confrontaciones ideológicas y exposición de hechos dolorosos.
Primero que todo se empezó a hablar de lo que ha sido la historia de Colombia en los últimos 30 años. Concretamente desde el surgimiento del paramilitarismo, desde la época del Gobierno de Betancur que da inicio a las Convivir, y que se consolida durante la administración del presidente Samper. Se habló de la muerte, de las víctimas de la violencia de este conflicto que lleva años sin resolverse. Se habló de la necesidad de pasar la página, de abrir las heridas pero para poder limpiarlas y cerrarlas. Se habló de que es necesario decir toda la verdad. Se dijo que no debe haber temáticas vedadas sino que todos tienen el derecho de hablar, sin censura, y exponer lo que se tenga que exponer. Se miró hacia el pasado y se admitieron errores. Se dijo que no se podía enjuiciar a una persona como la única culpable de situaciones y decisiones políticas, que fueron consentidas por muchos protagonistas como la prohibición de la extradición o la creación de las Convivir. Hablaron víctimas como Carlos Galán y Rodrigo Lara Restrepo, quienes en su continuo duelo buscan una explicación del asesinato de sus padres.
Que las FARC entreguen las armas no es la solución final. Aün queda mucho por resolver y sanar. La delincuencia sigue, las BACRIM siguen, el narcotráfico sigue, la corrupción sigue. Pero lo que esta nueva generación debe entender es que más allá de la discusión de si Uribe dice o no la verdad, tenemos hoy día la oportunidad de proyectar una nueva Colombia en paz y el compromiso debe ser de todos. Cambiar nuestra forma de hablar puede ser un comienzo. Matar, destruir y aniquilar a nuestro rival de turno tal vez no sea la solución. Las balas solo perforan ilusiones y no construyen los cimientos de nuestro futuro. Solo las ideas discutidas en el marco de la equidad, la justicia, el respeto y el perdón, nos pueden llevar a acuerdos para proyectarnos hacia el mañana.
El Congreso tiene una oportunidad histórica de ser un catalizador a un proceso de paz, que puede traer transformaciones profundas a nuestro pueblo, en donde las víctimas podrán ser escuchadas y resarcidas de alguna manera. O también, puede desgastarse en su propio círculo vicioso de "echar carreta sabroso" sin ir a ningún lugar. Amanecerá y veremos.
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