Ir al contenido principal

¿Ya tiramos la toalla?

Caminaba por la carrera 13 en la zona de Chapinero, a eso de las cinco de la tarde, cuando un grupo de ciclistas se abría paso a toda velocidad en medio de la gente, por la cicloruta. Yo estaba caminando sobre la vía de las bicicletas ante lo cual el ciclista empezó a vociferar y a pedir paso de manera agresiva. Me hice a un lado y no me golpéo, afortunadamente. Me di cuenta que era un grupo de seis ciclistas que iban a una velocidad imprudente y arriesgada, sin tener en cuenta a los peatones que eran mayoría sobre la acera. Este andén es incómodo de transitar ya que el espacio para el peatón es más bien limitado. A un lado hay vendedores ambulantes y por  el otro está la cicloruta. 

Seguí caminando y bajé a la Caracas con 57 y ví otro ciclista que se atravesaba en diagonal desde el costado suroccidente al nororiente justo cuando hubo un cambio de semáforo y tuvo una pequeña brecha para hacer esta maroma. La gente luego cruza la calle y se percibe tensión en el ambiente. Llevo una bolsa de zapatos que acabo de comprar y miro a todo lado, protegiendo mi nueva adquisición. Camino rápidamente, tratando de encontrar el alivio solo cuando llego a mi residencia.

Bueno, el lector se puede preguntar ¿Y cuál es la novedad de lo que está contando? Si todos los días pasa lo mismo. Todos los días la gente tiene que soportar apretujones en Transmilenio. A diario tiene que ver como roban al otro, que no pueden sacar su bicicleta porque en cualquier momento los pueden robar. Que tienen que cuidar al extremo su celular porque a pocos metros puede acechar un ladrón. O que si de pronto lo deja olvidado en algún lugar cualquiera, puede considerar que hay una alto porcentaje de probabilidad que no lo recupere, porque también hay ladrones según la ocasión, pasivos, a quienes no se les puede dar papaya.

¿Y eso qué? Ya lo sabemos. Lo vivimos a diario en nuestra capital. Lo preocupante es que eso no está bien. Nos hemos acostumbrado, nos hemos resignado a lo mismo. Ya no tenemos puntos de referencia o comparación porque no tenemos tiempo para eso. Ya lo que sucedió con Antanas Mockus es algo lejano, un recuerdo anecdótico de las locuras de un alcalde idealista, que buscaba una ciudad utópica. Esto va más allá de Petro o de decir si Clara  o la continuidad del Polo en la alcaldía es lo que más nos conviene. Eso es superficial a la verdad. Pero si es parte de la sintomatología, mas no es la enfermedad. Y no digo que Peñalosa o Rafael Pardo sean la solución a la crisis. No digo que ellos propongan algo fuera de este mundo. Lo que debemos pensar es ¿Cuales son nuestros motivos?
¿Queremos una ciudad distinta o queremos seguir igual? ¿Por qué votamos o por qué dejamos de votar? Algunos no quieren darle la oportunidad a Peñalosa solo por su hablado gomelo o porque alguna vez hizo unos bolardos inútiles. A Pardo no lo quieren porque no sonrie, no es simpático. Y muchos de los que votan por Clara, lo hacen porque representa un partido que supuestamente va contra la oligarquía y que apoya a los pobres. Nuestras motivaciones de una ciudad diferente se difuminan en medio de los resentimientos, los prejuicios, la falta de información.

Nuevamente toco el tema de la cicloruta a manera de ejemplo. Esta cicloruta en particular por la carrera 13 no es óptima. No mejora la calidad de vida ni del ciclista ni del peatón. Es una lucha por ver quien tiene el espacio. Es tortuoso para los peatones, quienes son mayoría, tener que arrinconarse y jugar carreras de obstáculos para desplazarse de un lado a otro. Agregando el ambiente continuo de inseguridad que caracteriza este sector. Pero eso es lo superficial. El problema es que nos hemos conformado, nos hemos resignado, observamos pasivamente que las cosas están mal y no sugerimos cambios. Las ciclorutas son buenas, es bueno utilizar la bicicleta, es chévere tener la ciclovía y que existan ideas para que la gente pueda utilizar bicicletas gratis o prestadas, o  con un alquiler de bajo costo. Pero las ciudades evolucionan. No todas las ciclorutas construidas son óptimas. Algunas invaden el espacio de los vehículos, otras son solitarias y no dan prioridad al peatón. Permanecemos impávidos, pasivos, insensibles frente a lo que está ocurriendo en nuestra ciudad. Porque no hay un proyecto claro de visión, nos hemos resignado, pareciera que ya nos hubiésemos rendido.

Y la resignación se ve cuando  la sociedad se ha rendido al lenguaje de los violentos. Creemos que agarrar a golpes a un ladrón es la solución. El linchamiento como castigo, la justicia por nuestras manos ante la impotencia acumulada por la inoperancia y falta de eficacia de nuestras autoridades. Algunas de ellas cómplices y amigos de la delincuencia. Otros, delincuentes disfrazados de policía. Pero aunque la policía no sea la mejor, no está bien lo que está  pasando. Porque es el síntoma de que nos hemos rendido, nos estamos rebajando a ser como los delincuentes, a pagar con la misma moneda, a comportarnos igual que un hincha que agrede a los seguidores del equipo rival. Nos igualamos al borracho que inicia una riña en una cantina de mala muerte. Nos reducimos a replicar la violencia, a perpetuar la agresión.

Un 25% de personas dicen que van a votar en blanco según la última encuesta. Y aunque eso puede considerarse como una manifestación de rechazo a quienes nos gobiernan y a quienes se postulan, también se puede leer con otros ojos: se ha perdido la fe. Es un voto por la indiferencia, es un rechazo a todos pero sin comprometernos con una causa. Y aunque el voto en blanco es una opción y un derecho, también puede significar lo siguiente: "Como yo no voté por nadie, o digamoslo mejor, voté por el Sr Blanco, entonces no me comprometo por causa alguna y tampoco asumo responsabilidades". "La culpa es de los demás que votaron por alguien, yo voté por...nadie". E insisto, usted puede votar en blanco, pero indirectamente está favoreciendo a otro.  

Yo estoy a favor de Peñalosa pero este artículo no es de campaña. Usted vota por quien quiere. Si le gusta Clara, vote por ella pero hágalo a conciencia. Aún más, esto no se trata ni siquiera de las elecciones, se trata de nosotros los bogotanos, que parece que hubieramos tirado la toalla, que no nos importa ya ver nuestra ciudad deteriorarse. ¿O estaré equivocado? De verdad que sí espero estar rotundamente equivocado. ¿Será que aún hay personas que aún les late el corazón por esta ciudad, nuestra capital? ¿Será que aún hay allá afuera locos soñadores que quieren ver una ciudad más amable, alegre, una ciudad para todos, una ciudad que sea ejemplo de calidad de vida a nivel mundial? ¿Será que nos quitamos los guantes y no andamos quitando del medio a el que se atraviese en la vía (peatonal, vehicular o de bicicletas)? ¿Será que dejamos de agredir a nuestro vecino? ¿Podremos dar cauce a nuestro odio y poder perdonar y no desquitarnos arrojando ácido en el rostro de nuestro prójimo?

Es que no se trata de por quién vamos a votar, se trata de nosotros, en lo que nos hemos convertido como sociedad. Son los niños y adolescentes que se están formando en los hogares, en los colegios y en las universidades. Esto es más que echarle cemento a la ciudad o construir metros y trenes para que nos desplacemos más rápido de un lugar a otro. ¿Para qué? ¿Para llegar rápido a mi casa y agredir a mis hijos?  Nos estamos matando, nos estamos robando, nos estamos destruyendo y el problema es que no nos damos cuenta. Ya nos hicimos indolentes, indiferentes, nos hemos vuelto zombies que deambulan en una jungla de asfalto. ¿O estaré equivocado? Esta vez, en realidad espero estar total y rotundamente errado porque yo aún sueño con una mejor ciudad.

Comentarios