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¿Has leído a Gabo?

Luego de la muerte de nuestro escritor  Gabriel García Márquez muchos compartimos fotos y frases célebres  de algunos de sus libros en las redes sociales, particularmente aquella de  "al frente del pelotón del fusilamiento". Algunos hicieron comentarios de tristeza por su partida, no faltaron quienes se quejaron de la supuesta apatía del nobelista por nuestro país y que no hizo nada por Aracataca o por Colombia, etc. A veces sobredimensionamos las expectativas de lo que una persona supuestamente debe hacer por su país, como crear una fundación o dar su dinero a los pobres, pero más allá de sus obras benéficas, el verdadero legado de Gabo está en su obra. Yo me pregunté si en realidad la gente había leído alguno de sus libros y en particular los jóvenes, aparentemente mas preocupados por las redes sociales con los videos de los blogueros de moda, los chistes fáciles en Twitter y Facebook, o las fotos sugestivas de Instagram. Pero más allá de eso me cuestioné a mí mismo si en realidad había leído a Gabo.

Debo admitir que años atrás sí había cumplido con la tarea. Pero más como una tarea en el sentido del deber que con el del placer. Yo había leído el cuento de la  Cándida Eréndira y su abuela desalmada, El amor en los tiempos del cólera, algo de El general en su laberinto y creo que 3/4 partes de Cien años de soledad.  Pero eran recuerdos difusos perdidos en la memoria...solo recordaba que habría algún Aureliano por ahí, una Ursula por allá y un pueblo llamado Macondo pero nada más.   Y ahora de nuevo he adquirido un ejemplar de Cien años de soledad y me he dado a la tarea de leerlo de manera juiciosa  y ¡qué sorpresa me he llevado! ¡Es como si lo leyera por primera vez! Me lo estoy devorando como un helado de vainilla con chocolate. Estoy experimentando ese calor del trópico, esas atmósferas de sopor, de asfixia y de locura al mismo tiempo que pudieron experimentar los habitantes de Macondo. Hasta ahora entiendo que era ese cuento del realismo mágico. Ocurren cosas absurdas en ocasiones, como un muerto por ahí deambulando en la casa de los Buendía o unos niños volando en una alfombra mágica, traída por unos gitanos. Tambíen hay un galeón español atascado inexplicablemente a varios kilómetros de la mar y en fin, muchas cosas más que no he leído porque hasta ahora voy  empezando. 

Y tal vez debí escribir este artículo una vez finalizado el libro, pero es que mi intención no es escribir un resumen. Solo quería traer a colación una reflexión personal: ¿Realmente has leído a Gabo?  Y no quiero que suene a regaño o traer sentimientos de culpa patrióticos. Lo que yo veo es que uno no tiene porque leerse todos los libros de una vez.  Hay que leerlos cuando uno esté preparado para ello. O cuando uno quiera. Pero más que eso, cuando uno sienta. ¿Cómo así? Es que en mi caso, yo empecé a leer Cien años de soledad cuando era niño y la interpretación que uno tiene de la vida es muy distinta. La verdad es que de niño yo disfruté mucho más las historias de Julio Verne, los cuentos de los hermanos Grimm, la poesía de Rafael Pombo y muchos cuentos clásicos.  Uno no tiene por qué leer cosas que no le competen en ese momento. No están prohibidas, nadie te impide que lo hagas y tal vez puedas decir que eres un niño o niña cultos, pero es que uno a los diez años no es que haya vivido gran cosa.

Porque es que cuando a uno le hablan del amor  (de pareja) a los diez años, ¿Qué quieren que un niño sienta?  Y digo esto porque en mi época de colegio nos ponían a leer libros que yo ni entendía. Debo confesar que en grado décimo teníamos que leer La Odisea y nadie de mi curso la leyó. La razón era que el profesor repetía el mismo examen todos los años, de manera que quienes ingresábamos al curso ya teníamos la fotocopia respectiva con las respuestas. No me enorgullezco de esta hazaña pero así pasaron las cosas. Los clásicos, a mi parecer, deben ser leídos en otra etapa de nuestras vidas. Veo con agrado que a mi sobrino le asignan la lectura de libros que son más adecuados a su edad: literatura juvenil, con temas sencillos, actuales, vivencias coditianas, de autores no tan famosos pero  que escriben en un lenguaje más adecuado a su edad. No veo que mi sobrino esté muy interesado en la lectura aún así, pero es un buen comienzo. La competencia es fuerte con tanta distracción vigente de televisión e internet y ahí me incluyo.

Y volviendo a Gabo y a otros autores, pienso que uno debe haber vivido más, para sentir más un libro. Solo cuando ha pasado el tiempo, ha aprendido uno a valorar la escasez del mismo, la vanidad de la vida, el dolor de la traición y el desamor, la frustración, el odio, los resentimientos, la realidad de la muerte, el milagro de la vida. Eso no se vive a los diez años. Eso solo se logra con el paso del tiempo. Cuando eres adulto, puedes relacionar las historias con tus propias vivencias, las cuales van cargadas de afectos, sentimientos, sensaciones, que en una etapa primitiva de nuestra existencia son tan solo conceptos y que ahora tienen mucho significado. Puedes leer un libro cuando quieras, pero no se trata solo de acumular libros en tu historial bibliográfico, para jactarse tontamente de tu amplia cultura. Debes disfrutar los libros, vivirlos, sentirlos, de lo contrario será solo un ladrillo aburrido óptimo para conciliar el sueño con prontitud.

Recuerdo esos "análisis literarios" que tenía que hacer en el colegio. ¿Cuál era el objeto de eso?¿Quién podría disfrutar un libro pensando que al otro día tenía que terminar un trabajo que incluyera al protagonista y los personajes secundarios? Terminaba uno comprando la versión de libro resumida, en caricaturas o el análisis listo que vendían en la Panamericana. 

Hoy día admito que estoy disfrutando este libro de Cien años de soledad y  he encontrado muchas frases interesantes, palabras que no conocía, personajes pintorescos que no recordaba que existían, sentir atmósferas que sólo Gabo pudo transmitir en su estilo particular. Y lo hago ya sin la carga de que es una tarea o que "debo leer el libro" para que no vaya y sea se den cuenta que no lo había leído. Eso es lo que debemos transmitir a nuestros niños, a la nueva generación, que nuestra imaginación puede navegar en las letras, que no es un mundo aburrido y que nosotros podemos ser los acompañantes de esos escritores, clásicos y modernos, en la aventura de descubrir el mundo de la imaginación.

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